"Sólo después de que el último árbol haya sido cortado, sólo después de que el último río haya sido envenenado, sólo después de que el último pez haya sido pescado, sólo entonces descubrirás que el dinero no se puede comer"
Profecía de los Indios Cree
La naturaleza y sus cuatro elementos; agua, fuego, tierra y aire. Es el principio y el fin. De ella nacimos y a ella volveremos. Es el Alfa y la Omega.
La Tierra existe desde hace aproximadamente 4.500 millones de años. La vida, tal y como hoy la definimos, apareció sobre nuestro planeta poco después, hace unos 3.700 millones de años. Desde entonces, la mayor parte de nuestra historia evolutiva se ha desarrollado en contacto permanente con la naturaleza. Hemos nacido de ella y sido parte de ella. Somos parte de ella. Lo recordemos o no, fue nuestro origen y está en nuestro destino. Los bosques, las montañas, los ríos y las estrellas han sido nuestros compañeros de viaje en ese largo camino recorrido hacia el desarrollo y la civilización actuales.
Pero hace ya mucho tiempo que el hombre se separó de la naturaleza, sintiéndola como algo distinto a él, algo extraño y amenazante que debía ser sometido. Esa distancia no ha ayudado a ninguno de los dos; ni al hombre, ni a la naturaleza. ¿En qué momento nos alejamos de ella? Sea cuando fuere, cuando lo hicimos comenzamos a perdernos, como individuos y como especie.
Para poder resolver nuestros problemas y encontrar respuestas, las personas necesitamos parar, desconectar brevemente de la implacable lucha diaria, tomar perspectiva y reflexionar. Para poder hacerlo es necesario disponer de un espacio de serenidad y sosiego, donde las prisas y la tensión sean tan sólo un vago recuerdo, una suave niebla que se difumina en la memoria y en el tiempo. Mágicos lugares donde el silencio aún puede acariciar nuestros oídos, y nuestra mente conversar pausadamente con nuestro espíritu.
A veces, mirando el fuego, aún sentimos esa llamada que nos dice que, sólo volviendo a la naturaleza, podemos recordar quiénes somos y de dónde venimos. En un mundo inmerso en una vorágine de interacciones económicas y medios virtuales, sólo en la naturaleza podemos aún tocar la realidad. Quizá por eso nos cautiva.
La naturaleza es una guía excepcional para abordar nuestros problemas emocionales. Nos desvela mil caminos diferentes para llegar al mismo sitio. Es capaz de plantearnos los desafíos que necesitamos para crecer como personas. Nos regala espacios únicos, de belleza inigualable, donde reposar de nuestras batallas cotidianas. Es una maestra paciente que nos ofrece infinitas oportunidades de descubrir nuevos horizontes. Sus lecciones son nuestros éxitos y descubriendo sus secretos aprenderemos, de nuevo, a conocernos.
Una gran parte de mi labor como formador y consultor está dirigida a compartir y despertar en las personas la magia y la pasión por la naturaleza, como herramienta para mejorar nuestro estado mental y físico, como espacio para reencontrarnos con nosotros mismos, y metáfora para despertar sensaciones y emociones positivas, ya hace tiempo olvidadas.